jueves, 20 de enero de 2011

Prisionero de mi propio camino

Me arrastraban por el angosto pasillo. La soga que me hacía su presa quemaba mi piel. La tortura continuaría hasta oír una confesión. Sin embargo, no deseaba hablar, sólo negaba con la cabeza. Nada extraño había en aquello que debía decir. No habría castigos, y acabarían las preguntas. Pero la consciencia que en mí había instaurado me prohibía pensar en algo semejante. Ésas ideas debían ser reprimidas. Así me había dicho, y así lo aceptaba.
Había llegado a aquel sitio con el último aliento de mis fuerzas. Cada segundo que pasaba sentía cómo crecía mi fatiga ocasionada por la carga que toda mi vida había llevado conmigo. Era ya un anciano y aún no había podido deshacerme de mi pesar. Por el contrario, mis tormentos aumentaban, puesto que mi cuerpo estaba cada vez más débil. Mi trabajo ya no consistía en alzarlo, no tenía suficiente fuerza para ello. Debía colgarlo a mis hombros y avanzar soportando el insistente roce del suelo, que sólo ralentizaba mi paso.
Los sujetos que me habían amarrado creían en su buena voluntad y se proponían ayudarme, haciendo caso omiso a mi advertencia sobre cuán inútil sería. Continuó el incesante interrogatorio hasta que un inesperado movimiento de mi cabeza delató toda mi verdad.
Sentí cómo se abría una pequeña rajadura en la muralla que me protegía. Poco a poco se desmoronaba a mis pies y dejaba de ser mi resguardo inexpugnable. Y ése sentimiento llegó hacia mí, desgarrándome el pecho y arañando hasta volver a abrir todas mis viejas heridas. Penetró intensamente en mi ser, que no pudo más que valerse de todas mis torturas para luchar por sobrevivir.
Combatía sin desesperación, pues mi alma jamás ha conocido aquella cara de la locura. Una larga inspiración y mi convicción por no caer me ayudaron a ponerme de pie. Mi carga no me había abandonado, y ahora pesaba más que nunca. Ya no me ahogaban las ataduras pero no podía adivinar qué faceta de la libertad era ésa. ¡Qué concepto ridículo! Nada me eximiría de mi condena.
Debía continuar, enmendar mis heridas y asegurarme de que no volvieran a ser abiertas. No sería vencido… Aunque el destino no me hubiera favorecido.

Bianca Sancio

No hay comentarios:

Publicar un comentario