miércoles, 12 de enero de 2011

La añorada obra del pintor

   Era un simple cuadro, con un sucio y viejo marco. Sin embargo, aquella antigua fotografía que contenía aún llamaba mi atención. ¿Antigua? Era realmente añeja, pero me resultaba tan familiar. Innumerables veces me había detenido frente a ella, me había acuclillado o puesto de rodillas para observar minuciosamente cada detalle y cada facción de aquellos dos dulces e inocentes rostros; que incluso desde su inmovilidad transmitían el recuerdo de dos cortas vidas que latían y perduraban sólo a través de esa imagen.
Noches y días enteros relaté a mí misma la historia que para mí ese retrato entrañaba. ¡Ignorantes quienes afirmaban que aquella era una imagen cotidiana!
Del niño mucho no podía decir. A simple vista era sólo una persona, no como cualquier otra, he de reconocer. Pero él allí permanecía; sentado, con demasiado que revelar y sin embargo cohibido por su propia consciencia.
Era en la niña donde uno encontraba, aunque tal vez sin comprender, el sentido a aquella fotografía. Su vista descansaba en su compañero tan llena de luz, que con sólo verla uno sentía todo su cuerpo apoderado por esa extraña calidez o emanación de vitalidad. También ella pausaba su mirada para contemplar pacífica y cautelosamente a la figura que frente a ella se quedaba.
Se notaba en su leve sonrisa un dejo de temor, que se reflejaba a su vez en sus ojos. Intentaba rescatar de su entorno todo cuanto pudiera hallar y se esforzaba por recordar cada cambio, pues sabía que el día acabaría y no quería perderlo en el olvido.
Admiraba y adoraba infinitamente a su compañero. No era realmente ciega, pues bien podía enumerar todos sus defectos. Pero incluso así el niño le parecía perfecto.
Le resultaba inconcebible que aquella situación fuera real. ¡Cómo hubiera suplicado para que alguien le asegurara que la noche jamás llegaría! Que, después de todo, sí existían los finales felices como en los cuentos que le narraba su madre. Cómo le hubiera gustado desprenderse de su mente por un momento, para dejar de oír esos pensamientos que le decían que pronto tendría que despedirse.
Sólo yo sabía que aquella pintura no era más que un sueño que su autor quiso dejar grabado sobre el papel. Sólo yo podía apreciar el brillo de la ilusión enmarcada. La hermosura y la emoción de un deseo realizado… Sólo por la imaginación. Opacado por la pena del vacío, el dolor de la ausencia. Y el punzante puñal que atormenta a quien conserva la esperanza.

Bianca Sancio

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